bueno, como habia dicho, subiria escritos de conocidos, este es uno y merece ser leido.
Tu princesa
por bonjour
—Papi, papi.
—Dime, princesa.
Así era siempre. Saarah se acercaba con ojitos tiernos y miraba a su papá y rogaba en silencio. Pedía un helado, un cachorrito, unas bolitas de colores o lo que se le venía a su mentecita en ése momento. Martín se lo daba con todo gusto, y claro, cómo no hacerlo con aquella carita sonriente de porcelana y esos ojitos claros, claritos y sinceros como el de los niños.
Su papá podía ser un fiel corcel o un feroz dragón, y jugaba todos los días con su pequeña. A veces se hacía el muerto y Saarah lo arrastraba como podía hasta la cama y sacaba feliz de su caja de juguetes el set de doctor. Y fingía escucharle los latidos y las jeringas falsas y las risas y los juegos. Saarah era feliz, y a él lo hacía feliz verla feliz.
Pero Saarah era caprichosa. Tiene un poquito de maldad, decía la mamá. Y ahí ella se enojaba y había que ver la que se armaba. Que Martín salía a defender a su nena y ella lloraba y lloraba porque así de caprichosa era. Había que comprarle unos chocolatines o cualquier porquería dulce para que se calle, y luego era feliz de nuevo.
Saarah estaba en primer grado. Una vez, la maestra les pidió que preguntaran en sus casas la razón por la cual sus papás les habían puesto ése nombre. Se sorprendió porque nunca lo había pensado, y ella era muy curiosa.
Así que un día esperó hasta que Martin llegara de quién sabe dónde, y se apresuró hasta la entrada.
—Hola, papi.
—Hola, cielo. —la alzó en sus brazos y se acomodó en el sillón.
Ella bostezaba cuando se hacía medio tarde y Martín la estrechaba contra su pecho, dando palmaditas.
—Papá, ¿por qué soy Saarah?
Él ponía cara graciosa y ojos curiosos, y sonreía. Sonreía con su barba mal afeitada y le raspaba la cara cuando la abrazaba.
— ¿Por qué preguntas?
—Porque la seño Caro nos dijo que teníamos que investigar nuestro nombre, y yo me quiero sacar un 10 así te lo muestro a vos y a mami, y van a estar felices, ¿no?
Martín reía de nuevo y asentía con ganas.
—Cariño, ¿sabes dónde queda Arabia?
Saarah negó con la cabeza. Él desplegó un mapa que tenía guardado en uno de los cajones y le enseñó. Se lo marcó con el dedo índice y la miró de reojo.
—Acá, ¿ves?
Ella asintió abriendo mucho los ojos, sorprendida.
—Bueno, tu nombre viene de ahí, de Arabia. Y significa "Princesa".
— ¿De verdad?
—De verdad.
Ella se alegraba de que significara algo tan lindo. Y de nuevo era feliz. Se acurrucaba en los brazos de su papá y se dormía ahí, y a él ya no le importaba nada más, solo ella.
Pero un día, él se marchó.
Saarah nunca supo si fue porque se había portado mal, o porque se había sacado un 7 en Ciencias. Se prometió que siempre terminaría sus verduras y nunca más le pediría nada, pero él no volvió. Mamá le explicó que no era su culpa, que había sido por otras cosas. Que ya no había remedio, pero que sin él vivirían mejor. Ella no lo creía.
Pasaron los días, luego meses y finalmente los años no tardaron en llegar. El tiempo siguió su tétrico transcurso, pero él no volvió.
Ella seguía siendo una princesa, pero su reino había desaparecido.